Emilio contemplaba el cielo, cubriéndose su único ojo con la mano para protegerse del sol mientras observaba el vuelo de los pájaros, a “mano de piedra” le gustaban los pájaros. En realidad a Emilio le gustaba y envidiaba a partes iguales, a cualquier cosa que pudiese sobrevolar o atravesar esos muros.
Que pudiese entrar y salir a voluntad de aquella cárcel, se le estaba haciendo larga la estancia en la prisión de “Estremera”, y solo llevaba ocho meses de prisión preventiva el abogado le había advertido en la última visita que lo mejor era que se adaptara a la vida en la cárcel de la mejor manera. Pues no era nada optimista con vistas al juicio para el que todavía no había señalada fecha, Emilio hoy tenía el día depresivo y pensaba, le daba vueltas a lo que salió mal, nada, en realidad el plan había salido a la perfección pero siempre hay un factor suerte incontrolable y esta vez todo lo que podía salir mal salió mal.
Resulto que uno de los vecinos del objetivo ese maldito brujo Colombiano, fue alguna vez a la tienda de deportes y resultó tener una puñetera memoria fotográfica.
Cuando escucho el follón en la escalera se asomó por la mirilla justo para ver al “Lobo del Tercio” pasar frente a su puerta disparando escaleras abajo, solo fue durante un segundo pero le vio. Aturdido y asustado le pareció reconocer al asesino el testigo corrió a la ventana de su dormitorio que se situaba sobre el portal del inmueble, entonces me vio, y ató cabos.
Declaro en Comisaría identificar sin género de dudas a los asesinos como los trabajadores de la tienda de deportes. A los cuales les compró una bicicleta 3 meses antes, fue suficiente sobre todo porque cuando entraron en mi casa y en la “del Lobo” desaparecieron todas las dudas.
“El Lobo”, decidió no dejarse coger vivo y mató a un Policía del GEO e hirió de bala a otro antes de recibir un disparo en la cabeza y dos en el pecho, quedando fulminado en el suelo de su salón entre la cinta de correr y la enciclopedia de la conquista de América,
Lo mío fue peor, yo no tuve mi momento heroico suicida como mi jefe yo fui un gilipollas y no lleve al escondite que teníamos mi arma, el día después de la acción no lo hice siguiendo el protocolo para moverme lo mínimo posible, al día siguiente se me hizo tarde y tampoco la llevé, luego se me olvidó.
“El Lobo” y yo teníamos hablado que si las cosas salían mal no deberían cogerme con nada que me incriminase en casa, ni pasamontañas, ni emisoras, ni desde luego armas.
Él decidió estar siempre armado pero yo no tendría que “comerme el marrón”, yo debería salir en libertad, cuidar su tienda, su casa y a su familia hasta que él saliese, pero soy gilipollas y en la nevera de mi casa encontraron una pistola utilizada en dos asesinatos anteriormente.
Por eso mi abogado era pesimista, porque hablando en plata todo indicaba que me iban a caer un montón de años, mi vida se había ido a la mierda.
-Emilio, acompáñame tienes visita.
Mientras caminaba hacia el locutorio de la prisión pensaba ¿quien coño será?, el abogado no volverá hasta que no señalen fecha para el juicio.
-Hola buenos días.
Sentada frente a él en el locutorio de visitas de la cárcel, Emilio se encontró a una soberbia mujer, de unos treinta años formas exuberantes y una mirada intensa asustada e interesada a partes iguales, que tras escrutar a Emilio durante unos segundos pareció darle su aprobación, Roxana nunca conoció a un asesino a sueldo y ahora que estaba frente a uno, imagino que coincidía la imagen que la joven se había hecho de él en su imaginación con el tipo fuerte con ojo de cristal y expresión taciturna que la miraba desde el otro lado del cristal.
-Dime ¿nos conocemos?.
Roxana sonrió al escuchar la pregunta, no una sonrisa de seducción sino de camaradería, dos viejos amigos que por fin se conocen.
-Ahora si, me llamo Roxana y quiero que sepas que mi enfermedad desapareció, me has salvado la vida, también debes saber que mi marido y yo estamos ahí afuera y que en la medida de lo posible cuidaremos de ti.
Sin decir más, Roxana se levantó y se fue.
Emilio la siguió con la mirada hasta que el funcionario de prisiones abrió la puerta y Roxana abandonó la zona de visitas.
Emilio continuó observando a los pájaros desde la ventana de su celda, quien sabe puede que mi vida no se haya ido a la mierda.
EPÍLOGO DE EL SANTERO.
En Valencia (España), a 4 de Mayo de 2025.
Ernesto.
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